sábado, 31 de octubre de 2009

Everybody, put your hands up, say i don´t wanna be in love, i don´t wanna be in love (8)

Al molino que seguramente no lea este cuento ni sepa que está dedicado a él.

En la habitación se imponía un aire denso, triste, que se iba acostumbrando a convivir con el ambiente de desesperación y la sensación de encarcelamiento, haciendo una rara amistad con la humedad del verano, humedad que se iría en invierno, pero que se negaba a llevarse con ella a la tristeza.
Ese día, como tantos otros desde hace un par de años, el miedo entraba por la ventana apenas entornada. Entraba sin invitación y no podían echarlo, ya se había instalado muy cómodo en uno de los sillones.
No faltaba espacio, ni calor en verano o frío en invierno. No faltaban comidas, muebles, un lugar agradable para dormir o leer los días de lluvia, una buena película. Faltaba la sonrisa de su único habitante.
Se encontró traspasando la puerta y se permitió perderse en la agradable cárcel de cemento. Lo saludó con una sonrisa amable y un par de comentarios que intentaban darle una razón para seguir caminando. Le devolvió el gesto con la mirada triste de siempre. El hombre de afuera se alegró un poco, el prisionero libre llevaba varios días olvidado de su presencia. Se sentó a su lado, le habló de cosas sin demasiada importancia, repitió una vez más su rutina de siempre.
Observó como ese cuerpo que no era suyo se iba desfigurando de a poco, hasta confundirse con el ambiente. Se negó a saludar al miedo que yacía en el sillón, terminó resignándose y lo invitó con una copa.
Miró la heladera, aún tenían refuerzos, preparó un pequeño deleite para ambos y le hizo una mueca para que lo disfrutaran. Comieron tranquilos, sin decirse más de lo necesario. Ordenó y guardó todo con cuidado, pero se dejó olvidado un cuchillo sobre la mesa.
Se despidió con un abrazo, ya más tranquilo. Pronunció miles de palabras y frases con un significado común “volveré en unos cuantos días, lo prometo”. Finalmente, le dedicó una sonrisa por última vez. El miedo lo vio salir por la puerta y gozar de esa sensación de libertad, de tranquilidad y aire nuevo que tantos como el habitante añoraban.
Volvió unos cuantos días más tarde, cansado, sin fuerzas. Se dejó atrapar por el aire prisionero y cerró la puerta tras su espalda. Inspeccionó el lugar, no lo vio, era probable que siguiera durmiendo entre las sábanas del cuarto contiguo, aún era muy temprano. Se dejó caer en una silla en silencio, procurando no despertarlo. Había un extraño olor, quizás la heladera se había descompuesto de nuevo. Se puso a revisarla mientras el miedo lo miraba de manera casi lujuriosa y un seco lago de sangre se dejaba entrever desde el cuarto dónde él dormía.


AniiChEe

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